A pesar de su aire clandestino y discreto, Le Labo es ya un auténtico gigante en el sector de la perfumería. Con más de 40 tiendas alrededor del mundo, la firma, nacida en Nueva York en 2006 de la mano de dos amigos, Eddie Roschi y Fabrice Penot, es hoy sinónimo de exclusividad y buen gusto. Basta con echar un vistazo a sus tiendas, con una estética industrial y minimalista cuidada al extremo. En ellas, casi todo se hace a medida. El cliente no entra y se va con el primer perfume que le encandile, sino que se estudian sus preferencias y se adaptan a su gusto las propuestas mezclando in situ las esencias. Lo mismo con el packaging. “Creemos que hay demasiados perfumes pero no suficientes con alma”, acostumbran a decir sus fundadores.
Para remediarlo, tras trabajar juntos un tiempo en el area de perfumes de Giorgio Armani, decidieron crear una marca propia, nicho, irreverent y distinta a todo lo que habían. Desde el principio proclamaron que no testaban en animales, “solo en new yorkers”, y no tardaron en dar la vuelta al mundo con el que aún es su gran hit, Santal 33, una fragancia unisex, ahumada y vibrante, con cardamomo, violeta, sándalo e iris, que evoca el fuego. No les gusta, sin embargo, ser los autores de una fragancia de culto. Prefieren centrarse en la creación ‘a medida’ y destacan la amplitud de su gama: hay detergentes ecológico, cremas, aceites, esencias para la casa…
Ahora, tras seducir silenciosamente a medio mundo -a través de sus boutiques en Berlín, Tokio, Londres, San Francisco, Nueva York, Hong Kong, Los Angeles o París-, aterrizan en Madrid con su característica discrección. No ha habido fiesta de inauguración -ni estaba prevista…- y no hacen publicidad ni marketing de ningún tipo. Incluso presumen de no regalar producto a nadie, por muy influyente que sea. Y la formula… ¡parece que funciona!